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    Javier Raygoza Munguía
    Director del semanario PÁGINA Que sí se lee!
    de la Ribera de Chapala

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    Un Encuentro con...

     

    Don Carlos García Padilla "El Cali"

     

     

    Ricardo Vidrio Oliva/PÁGINA Que sí se lee!
     

    Un plato de birria… humeante, sabroso, suculento. Con tortillas calientitas. Un plato de birria… sueño delirante que hace gruñir las tripas y que a veces parece inalcanzable para el mocoso descalzo, que solamente se limita a voltear cada vez que pasa por el puesto y a aspirar el aroma mientras camina despacito… despacito… entrecerrando los ojos... disfrutando de aquella mezcla de condimentos, que a la distancia comienza a desvanecerse junto con el “clap” “clap” de las manos que tortean… y se queda ahí… en el ámbito de los sueños.
     
    Bueno… ¡pero eso no lo es todo en la vida! y sacudiendo la cabeza para volver a la realidad, se da cuenta que debe apresurar el paso porque hay muchas cosas que hacer. Lo esperan sus amigos para caminar por la playa con los pantalones arriscados, nadar en el lago, subir a una lancha y tirarse de clavado, pescar, cazar con resortera, jugar futbol y cortar a hurtadillas las guayabas y los mangos. También tiene la opción de irse a sentar a un lado de Trini Robles, que cobra los boletos del cine, para esperar a Pancho Oliva y pedirle que lo deje entrar. Ya sabe que el dueño del primer cine con sonido, después del cine mudo de Don Jesús González “Chorchas”, luego de echarle una mirada de lástima, de una patada lo avienta para adentro. De seguro que correrá muchas aventuras con el Novi quien, recién llegado con su familia procedente de Los Ángeles California, le ha tocado sentarse en el mismo mesabanco de su escuela y se ha convertido en compañero inseparable de pintas, casi un hermano, con el que pasa momentos muy felices en la mezquitera y huizachera del Rancho “El Microbio”. El Novi es muy extravagante. Siempre trae las bolsas repletas de canicas, zumbas, anzuelos, golosinas y en sus ojos azules se adivina la grandeza de su alma, lo que lo convierte en un amigo sin par.
     
    ¡Estamos de fiesta! Con seguridad, como todos los años en septiembre, el Sr. Braniff organizará la función de box. El Señor Braniff, este hombre rico que en la misa de los domingos tiene sus reclinatorios reservados en bonitos tapetes y que deposita unas limosnas que deja a le gente con la boca abierta. Para este señor trabaja Doña Sofía Padilla, la dulce, abnegada y sufrida madre de Ignacio, Carlos y Guadalupe, quien se sacrifica mucho porque le toca ser mamá y papá al mismo tiempo tras la partida de su esposo, Don Jesús García, que los dejó cuando Doña Sofía estaba embarazada de Guadalupe. Pero Doña Sofía es una mujer valiente, que no se cruza de brazos ante las situaciones difíciles, con un corazón que no le cabe en el pecho y siempre pendiente de que no les falte el pan a sus hijos.
    El Sr. Braniff tiene buenas ideas, como cuando trajo aquellas bonitas lanchas de por allá de Francia que, en competencia, se deslizaban rapidísimo por la superficie del lago, o como cuando en Semana Santa llenó los judas con dieces, veintes y tostones de plata que al explotar volaron por todos lados. Como había mucha necesidad, la gente se abalanzó para ganarse una moneda y en este tumulto nada le tocó al “Cali”, como cariñosamente lo llamaba su abuela Chole, salvo algunos pisotones y aventones.
     
    Pero esto del box era más seguro. Por lo menos en cuanto a premio o recompensa se refiere, porque aún los perdedores tienen su recompensa como parte del espectáculo. Por lo demás había que persignarse. Y encomendándose a todos los santos el Cali se apuntó en la lista de prospectos, en la que, por cierto, también figuraba Clemente Padilla y un tal “Gambolín” quien ya era peleador profesional que venía de Ocotlán.
     
    ¡Y ándale que sale insaculado! Con una mezcla de emoción y susto, entre el griterío de la gente, entró al ring que se había improvisado frente al Beer Garden. Mientras le ponían los guantes se dio cuenta que su contrincante sería Severo Rentería y a la señal comenzó el encuentro. Los golpes llovían a diestra y siniestra con el descontrol propio de la inexperiencia pugilística. Mas rápidamente se multiplicaron los golpes de allá para acá, al grado que ya no veía lo duro sino lo tupido. Los gritos aumentaban de intensidad al mismo tiempo que el castigo. La paliza era tremenda. Llegó el agotamiento y los dos se veían muy cansados, uno de dar y otro de recibir. Por fin pararon la pelea y declararon al vencedor. Nuestro gallo lucía muy maltrecho. Pero lo que le levantó el ánimo fueron los 35 centavos que recibió de manos de Roberto Braniff, hijo de Don Alberto Braniff.
     
    ¡35 centavos!... Olvidándose del dolor y orgullo herido, una sonrisa iluminó su rostro magullado y… cerrando los ojos… se vio sentado en un banco en el puesto de Chabelo Mendoza… frente a un aromático, humeante, sabroso y suculento… plato de birria.
    Don Carlos cuenta que Chapala era muy folclórico, lleno de fiestas y colorido, con gente muy alegre que llenaba los eventos. Si había toros, el toril que se encontraba donde hoy está el Campo Municipal, se llenaba con público de todas las edades que se encaramaba en el ruedo hecho de piedra. Las serenatas eran muy concurridas y en cuanto a los músicos que las amenizaban, se sentía que amaban la música y a su comunidad. Era un gusto ver aquella alegría de la gente que daba vueltas en la plaza intercambiando rosas, claveles y gardenias, mientras la música tocaba y Don Tomás Ramírez recogía la cooperación para el sostenimiento de los músicos y la compra de sus instrumentos. Entre el colorido del confeti, el aroma de las flores y el bullicio de la gente, la banda interpretaba “Dios Nunca Muere”, “Viva mi desgracia”, “Sobre las Olas” en tanto las Chávez del Barrio Alto, las Perales del Barrio del Ixtle, las Alatorre del Barrio Nuevo, las Oliva del Barrio de los Chichicastles, las Rodríguez, las Chavoya, las Padilla, Las Durán y todas las jovencitas de este lugar, engalanaban la noche. No a todas las muchachas las dejaban ir a la serenata, a los bailes o fiestas del pueblo como el Carnaval, porque había mucho recato, pero en las llaves de agua que estaban al poniente del banquetón, se juntaban muchas mujeres con sus rebozos y sus cántaros en un ambiente de alegre algarabía.
     
    Desde el sábado por la mañana comenzaban a arribar a Chacaltita grandes canoas pintadas de chapopote, con enormes velas de manta. Para el domingo descargaban la mercancía que traían de la sierra; tejocotes, peras, duraznos, capulines, nueces, queso, mantequilla, crema, garbanzo, maíz, frijol, tablones de madera y hasta puercos y chivos que eran ofrecidos por los serreños con sus sombreros de palma, calzones trabucos y camisas de manta con una faja roja ceñida en la cintura. El comercio se prolongaba durante todo el día.
    En la punta de la playa, llena de piedras redondeadas por el oleaje, bordeada de mezquites, jarales, sauces y huizaches, las mujeres refregaban la ropa en piedras lajas, mientras los niños se bañaban o se paseaban en los columpios que Don Macario Oliva rentaba en el ahuilote más grande de Chacaltita. A lo lejos el graznido de las gallaretas, las garzas y los patos, en aquellos atardeceres esplendorosos, poco a poco eran reemplazados por los grillos y los sapos que, en concierto, recibían a la luna reflejada en el lago.
    El Cali cuenta; “No tuve otra. Fui carpintero, porque mis tíos eran carpinteros natos al igual que músicos, aunque nunca tuve mi taller propio porque si agarraba trabajo de carpintería, lo hacía en el taller de mi tío Alfredo Padilla, con el que acabé de aprender el oficio de carpintero. En ese tiempo un carpintero fabricaba desde una silla hasta una caja de muerto”.
     
    De sus amigos de juventud a los que llama “mi pandilla inolvidable” y “mi palomilla” opina;. “Creo que realmente yo nunca pertenecí a ese grupo de simpáticos muchachos, pero los admiraba y me llamaba la atención todo lo que hacían, su forma de vestir, de comportarse, sus bromas y sus juegos. Chavo Alcántar, Manuel Alcántar, Vicente Olmedo y Chepe López trabajaban en el correo. Diario andaban muy prendiditos y además calzaban zapatos, algo que muchos no podíamos hacer. José Sánchez (Naretas) quien era un león para los pasos dobles y los tangos, pero malísimo para el futbol. José Rodríguez (El Acero) un trovador que no se despegaba de su guitarra. Chino Olmedo, otro romántico que le gustó mucho cantar. El Güerito Chavoya, el más bromista de todos, zapatero de los buenos y mesero. Magnífico jugador de futbol que siempre jugaba con una boinita de gachupín. Rubén Ramírez, muy bromista. Polo Vidrio trabajó como mesero en el Beer Garden. Era muy campechano, comunicativo, amable y gustaba de jugar al futbol como defensa en la que era un león porque su cuerpo le ayudaba. Era un auténtico peso completo. Toto Cuevas, siempre bien arreglado con apariencia arrogante. Dinámico y emprendedor. Algo parecido al Mono Cuevas. La Tripa Anaya, muchacho larguirucho bromista y buen jugador de futbol. Tito Pérez Arce, extraordinario nadador. Nacho Fernández, la Chichi Hernández, el Patas Rivera, Salvador Serna (La Yedra), entre otros". 
     
    ¿El equipo Alianza?; ¡El mejor equipo de todos los tiempos! ¡Ese sí era futbol de a deveras señores! Alianza era el azote de todos los equipos aquí de la ribera. Claro, eran conjuntos amateurs. ¡Pero Alianza era un equipazo! Un día vino el Atlas a jugar, un equipo de liga mayor en el que venían muy buenos jugadores, algunos argentinos como Baldatti, Caniglia, el Niño Flores. Y con el Alianza no podían.
    El Niño Ramos fue el que fundó el equipo Alianza. En ese tiempo llegó un destacamento de soldados entre los que venía un sargento que se llamaba Isaías Melchor Ocampo que organizó mejor el equipo con el nombre de “Alianza Juvenil de Chapala” porque éramos puros jovencitos.
     
    ¿El mejor jugador que ha existido en Chapala?; Alfredo Rodríguez ¡El rey mundial de la tijera! Era todo un espectáculo verlo volar por los aires con la chilena o media chilena que eran su especialidad. Como que el tiempo se detenía cuando, con los pies en lo alto y su cabeza casi tocando el piso, colocaba el balón donde él quería.
     
    La verdad es que hubo jugadores con mucha clase como Ignacio García, Juan Fernández, Ramón Flores, José Hernández, Ramón Carrillo, Carlos Desales, Salvador Cerda, Guillermo Anaya entre otros. La gente decía que el Cali era bueno para jugar. En Estados Unidos un equipo le ayudó a arreglar sus papeles. Así comenzaron sus viajes trayendo chácharas para vender y se convirtió en bracero como mucha gente en ese tiempo, sobre todo cuando empezaron a llegar los hijos y aumentaron las necesidades . Se convirtió en todo un experto para manejar en carretera, aunque las más de las veces sus vehículos nunca llegaban porque se descomponían a medio camino y terminaba vendiéndolos como chatarra. De allá del otro lado se trajo la idea y la maquinaria para darle vida a “Deportichismes” y “El Comentarista”. “Este periódico cuesta 5 centavos pero vale mucho más y sale cuando Dios quiere”. En Tijuana había un periodiquito que se llamaba “La Comadre de la Cotorra” de corte cómico. No se lo perdía porque entraba hasta Los Ángeles donde él estaba y así fue como le nació la idea de publicar en Chapala algo similar. Compró un linotipo que pesaba tres toneladas y una rotativa de dos toneladas contratando un transporte que se los trajo desde Los Ángeles hasta la puerta de su casa, con lo que pudo realizar su sueño de tener su propia publicación durante cuatro años consecutivos con gran aceptación por parte de la población.
     
    Sólo tuvo una novia, Juana Pedroza Robles, con la que se casó a los 18 años y procreó a 10 hijos; Jesús Carlos, María del Carmen, María Elena, Hermila, Humberto, Rosa Lina, María Guadalupe, Sofía, Martha Celina y Juan José.
    Un día uno de sus hijos le dijo; “papá, usted debe estar satisfecho porque vivió su vida como quiso y la gozó a más no poder.”
    Don Carlos comenta; “aunque la vida era difícil, creo que tuve una infancia bonita y guardo buenos recuerdos de mi existencia que me llenan de satisfacción. Pido perdón por mis errores a quienes pude haber lastimado. Yo hubiera querido ser mejor”.
     
    “Eternamente enamorado de Chapala, la veo como una muchacha bonita que diario se viste con ropa nueva. Si te paras en la punta del muelle a las 6 de la mañana, ves ese paisaje hermosísimo y si vas a otra hora te encuentras un paisaje diferente pero siempre bello. Me gusta ver los atardeceres, por las noches admirar la luna y al amanecer observar las estrellas hasta que desaparece la última”.

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