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    Javier Raygoza Munguía
    Director del semanario PÁGINA Que sí se lee!
    de la Ribera de Chapala

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    LA CONQUISTA

    Como para darnos cuenta del carácter de nuestro pueblo, heredado de otras razas anteriores, su origen, las vicisitudes de su historia que imprimen carácter, que forman su psicología propia, se necesitan algunos conocimientos de su historia o aunque sean algunos rasgos de la misma, los daremos aquí lo más brevemente que nos sea posible.

    Los que saben bien la historia de la conquista de Jalisco pueden pasar la lectura de este capítulo VI, que casi a eso se reduce.

     

    Descubrimiento de México 

    En 1492 Cristóbal Colón, el navegantes genovés a quien se describe como «Soñador», poeta, de una ambición tremenda agresivo e irritable, que estaba convencido de que tenía algo nuevo que ofrecer al mundo y tercamente aferrado a la fe en su destino, no retrocedió ante la pobreza ni las dificultades», daba por fin al mundo conocido hasta entonces la sorprendente noticia de que existían tierras y hombres más allá del horizontes; y la grande y santa Reina de España Dña. Isabel la Católica ensanchaba su corazón para amar y proteger como a hijos a sus nuevos vasallos.

    En 1502 Colón en su cuarto viaje vio frente a las costas de Yucatán una canoa maya, pero no vio la playa y no desembarcó.

    El primero de marzo de 1517 es la fecha oficial del descubrimiento de México por Francisco Hernández de Córdoba, que desembarcó en el Cabo Catoche, Yucatán.

     

    Conquista 

    Primeramente por encargo del gobernador de Cuba en 1519, pero continuando después por su propia cuenta, el capitán D. Hernán, Hernando o Fernando Cortés, español nacido en Medellín de Extremadura, de 34 años de edad, hombre de clara inteligencia, de fácil palabra, de alguna ilustración y de un carácter inquieto y activo, fue el que inició y realizó la obra inmensamente heroica de la conquista del Gran Imperio Mexicano.

     

    «El 8 de noviembre de 1519 -no hay otro hecho semejante en la Historia- a la manera de un domador de fieras, (dice Mons. Schlarman) armado sólo con un débil látigo, se mete en la jaula de un león feroz, así Cortés, con un puñado de hombres, marcha por la calzada y los puentes, hasta el mismo corazón de Tenochtitlán, mientras que cientos de miles de indios, paralizados por el miedo, contemplan el desfile».

    Veamos luego cómo nos describe este historiador la entrevista de Cortés y Moctezuma:

    «Allí está el Emperador, de pie, rodeado de toda su gran corte; miles de guerreros aztecas alrededor, y al lado negreando de canoas, llenas de otros tantos. Y ante él un hombre barbado, con armadura completa, a caballo (animal que tampoco había visto nunca) también con armadura, y unos quinientos acompañantes como él, que habían cruzado cientos de kilómetros por un territorio cuyos habitantes habían estado pagándole tributo a él y a sus predecesores. Este capitán y sus seguidores, en número de quinientos, habían penetrado hasta su misma capital y él no se había atrevido a resistir oponiéndole la fuerza.

    ¡Qué sentimiento de humillación no debe haber brotado en aquel corazón tan soberbio!

    En cambio para Cortés esto era la realización de un imposible: «Había decidido ir a verle donde quiera que se hallase», y lo había hecho. Pura audacia, pura fuerza de voluntad. Había podido ésta más que los inmensos obstáculos, toda vez que los ejércitos del emperador, tan numerosos y aguerridos, pero hundidos, en la superstición, quedaban paralizados».

    «Ahora Cortés se sentía en posesión de un destino providencial: el de acabar con el culto de unos dioses que escurrían sangre y el de propagar la verdadera fe, sacar a esos pueblos de las tinieblas y hacer que reconocieran al verdadero Dios, y que sirviesen a su Majestad el Emperador Carlos V».

    El día 4 de mayo de 1520 llegó Pánfilo de Narváez a Veracruz con orden del Gobernador de Cuba de llevarle preso a Cortés; éste salió de Tenochtitlán y lo apresó a él y volvió después de un mes comandando su mismo ejército; pero entonces, los guerreros mexicanos, exasperados por una imprudencia de Pedro de Alvarado, se lanzaron contra los españoles de tal manera que les hicieron huir destrozándoles casi totalmente su ejército. Esto fue el 30 de junio, y a esta derrota se le llama de la noche triste. Cortés se detuvo en Tlaxcala donde se curó y recuperó durante un año.

     

    Cortés, Gobernador de Nueva España 

    En 1522, ya reconstruida la ciudad, fue Cortés nombrado Capitán General Gobernador de la Nueva España por el Emperador Carlos V.

    Cortés tenía entonces 37 años y al recibir su nombramiento se dedicó con todo empeño a su administración que fue breve pero fructífera y benéfica; sus anhelos fueron forjar un imperio plantado sobre un terreno sólidamente religioso, moral y económico.

    Sus principales colaboradores en la civilización de los indios fueron los misioneros, que había suplicado repetidas veces al Emperador se les enviase principalmente frailes; y vinieron desde 1523 y en honor de la verdad debe decirse que estuvieron a la altura y aún más de lo que se esperaba de ellos, haciendo el bien con todas sus fuerzas y desinteresadamente. Quedaron también los misioneros profundamente impresionados de la muchedumbre de indios que aguardaban ser instruidos y recibir las aguas salvadoras del bautismo.

    De los primeros que llegaron fue Fr. Pedro de Gante (de Flandes) hermano lego, pariente cercano del Emperador, el más famoso de los primeros educadores de América y que puso los fundamentos de la civilización de los indios; estableció en México un colegio donde los indios jóvenes recibían sólida instrucción religiosa y científica; cada fraile tenía también, a serle posible, su escuela primaria donde los niños eran enseñados en la doctrina cristiana y en los demás conocimientos comunes.

    Desde los primeros comienzos de la conquista se empeñó España en adiestrar a los indígenas en el gobierno de sí mismos. Poco después de la caída de Tenochtitlán, Cortés puso al frente de las municipalidades de Axapusco y Tepeyahualco a caciques indígenas. Fr. Pedro de Gante en una carta (1558) rogaba al rey Felipe II que auxiliarse a su escuela, incitando al monarca a reflexionar «si no convendría apoyar un instituto de donde salen los jueces de las ciudades, los alcaldes, los regidores, y los que ayudan a los frailes...»

    Suplicó Cortés y obtuvo del Emperador la orden de que todo buque que saliese rumbo a México, fuese obligado a llevar plantas de diversas especies, y que ningún buque pudiera zarpar si no las llevaba. Ya en 1522 Cortés importó el trigo, el arroz, el frijol, los almendros, las moreras, la caña de azúcar y otros vegetales. Su padre D. Martín Cortés personalmente le compró caballos, vacas, ovejas merinas, cerdos, cabras y otros animales para procrear, de las Antillas y de España.

     

    Encomiendas 

    Conforme a las instrucciones del Emperador, nombró ENCOMIENDEROS, que eran personas que tenían a su cargo la conversión de los indios encomendados, y se les obligaba, primero a proveerles de religiosos a catequistas y velar porque hiciesen vida cristiana; segundo, debían ellos mismos permanecer en la tierra por lo menos ocho años, y si eran casados vivir allí con su mujer y si no casarse, para salud de sus conciencias y para la población y ennoblecimiento de dichos lugares; tercero, debían construir y ocupar su casa y plantar viñas, así como todas las plantas españolas disponibles en el distrito. En una palabra, debían ser los jefes naturales y directores del desarrollo económico, religioso y militar del país. Explícitamente se admitía en las filas de la clase directora a los naturales que ya habían probado sus dotes para ello y que por otra parte merecían se les tuviera esa confianza.

     

    Imperios 

    El imperio Azteca, que acabamos de ver conquistado por Cortés se formó extendiendo los reyes de México sus dominios por medio de guerras que hicieron sobre todo con el fin de tomar prisioneros y ofrecer sacrificios; se extendía por el Sur hasta Yucatán y por el oriente hasta el mar, teniendo bajo su dominio y pagándole tributo los reyes de las naciones vencidas.

    Aparte del Emperador de México, también así se le puede llamar al Rey, o «Hueitlatoani», de Colima, que tenía subyugados a los otros reyes o «tlatoani» de lo que después se llamó Provincia de Ávalos, que le pagaban como tributos la tercera parte de cuanto adquirían y él los ayudaba y dirigía en sus guerras, especialmente en defensa de las salinas de Zacoalco, que eran muy codiciadas por los tarascos del reino de Michoacán.

     

    Conquista de Colima y la provincia de Ávalos 

    Como la narración de estos hechos es para nuestro fin lo más importante por ir aquí precisamente la conquista de Chapala y su comarca, me ha parecido lo más adecuado reproducir la breve narración de estos hechos que el historiador D. Matías de la Mota Padilla nos hace el Capítulo XII de su Historia de la conquista de la Nueva Galicia. 

    «4- Hallábase -dice- por el año de 1526 el Gobernador de la Nueva España D. Fernando Cortés, en el pueblo de Coyoacán, cerca de México, y con la noticia que tuvo de ser populosas las provincias que dominaba el rey de Colima en las costas de mar del Sur, le pareció conveniente sujetarlas, por el pensamiento que tenía de fabricar navíos para transitar los mares y descubrir todo el mundo (si le fuera posible) y además porque ya habían ido a México muchos castellanos, llevados de las noticias de las riquezas de la Nueva España, y Cortés, que no gustaba de verlos ociosos, los alentaba a muchos descubrimientos.

    «Para conseguirlo le dio comisión al Capitán D. Juan Álvarez Chico, y por su segunda persona a D. Alonso de Ávalos. Salieron pues con su gente y prevenciones necesarias, y ya a la vista de tan dilatadas provincias, quiso Juan Álvarez Chico lograr el triunfo del colimote y así le ordenó a D. Alonso de Ávalos que entrara por las provincias mientras él entraba en la corte de Colima, para que de esta suerte ambos capitanes dividiesen las fuerzas de aquel rey.

    «fue más feliz Ávalos, pues entrando en las provincias éstas se le rindieron. No le sucedió así a Juan Álvarez Chico, quien fue destrozado por el de Colima, por haber éste convocado a los de Xicotlán, Autlán y Amula: de suerte que le obligó a volverse a México con las manos en la cabeza.

    «5- Valiose entonces Cortés del conocido esfuerzo de Gonzalo de Sandoval, quien con nueva gente y algunos de los veteranos se puso en camino; en cuyo tiempo D. Alonso de Ávalos se dio maña para extenderse, atrayendo, como atrajo, muchos indios, de los que antes estaban unidos con el de Colima, y así fue vencido el rey por Sandoval. Pero viendo los nuevos soldados que en Colima no se encontraban los tejos de oro y plata que los primeros conquistadores hallaron en México, se desabrieron y se volvieron, quedando pocos. Y como el rey de Colima antes no reconocía superior, no le parecía bien subyugarse; no así los reyezuelos de las demás provincias, quienes antes tenían sobre sí al rey de Colima, a quien tributaban la tercera parte de cuanto adquirían: y como a los españoles no daban tal tributo, les pareció suave el yugo; rebelose el rey de Colima, y a los pocos soldados que estaban en la comarca tomaron refugio en la provincia de Ávalos.

     

    «6- Obligole a Cortés a valerse de D. Cristóbal de Olid, que se hallaba en la provincia de Michoacán; este capitán pasó a Colima, castigó a los rebeldes y para sofrenarlos fundó una villa y el primer alcalde mayor de ella fue D. Francisco Cortés de San Buenaventura, quien llevó a los padres Fr. Juan de Padilla y Fr. Miguel de Bolonia, el año de mil quinientos veintisiete.

    (Nota: Aunque los historiadores modernos corrigen este pasaje en cuanto a la fecha y circunstancias de la conquista de Colima, sin embargo todos están de acuerdo en cuanto se refiere a la Provincia de Ávalos que es lo que aquí nos ocupa).

     

    Otros historiadores, el Padre Frejes, refieren esos mismos hechos de esta manera:

    «Era el año de 1526 cuando determinó Hernán Cortés que Juan Álvarez Chico, con un regular trozo de gente armada entrase por la costa descubriendo el puerto de Colima y demás.

     

    «En ese entonces, el reino de Colima lo gobernaba un indio, de quien se decía que jamás se le había visto u observado vicio ni defecto alguno. por esto era mi amado de los suyos, y luego que supieron que la expedición española se dirigía a la Capital, en gran número se reunieron los esforzados patriotas a defender a su rey y a sus posesiones.

    «Ya había pasado Álvarez los límites del Reino de Michoacán y comenzaron a batirlos los patriotas de Colima, fue tanta la decisión de estos valientes que acabaron con la expedición de Álvarez y este escapó precipitadamente, se fue a México donde entró sólo y lleno de confusión.

    «Había salido a la retaguardia de Álvarez, Alonso de Ávalos, el que tuvo mejor suerte, porque entrando por la raya del Reino de Colima, distrajo la atención del Rey que se hallaba rechazando a Chico, mientras él conquistó a Sayula, Zapotlán, Autlán y Amacueca.

    «Gonzalo de Sandoval fue el primero que entró a Colima y le siguió Cristóbal de Olid, quedándose en Tuscacuesco Ávalos, como centro de todo lo invadido. de aquí tomó toda esta provincia el nombre de Ávalos».

    El historiador contemporáneo D. José Ramírez Flores añade a este respecto que: «Para atender la gobernación de su encomienda, se radicó D. Alonso en Chichiquila, hoy Hacienda de la municipalidad de Amacueca. Se dio a querer de los indios por su generosidad y moderación, siendo su casa, según dice el cronista, a manera de «público mesón de yentes y vivientes». Por su designación, los dos primeros alcaldes de Chapala fueron D. Francisco Ixquixuechit y D. Nicolás Juili».

    esta es, en breve, la historia de la conquista de Chapala y de la provincia de Ávalos en que estaba ésta enclavada, perteneciendo después a la Alcaldía Mayor de Sayula, como lo explicamos en seguida.

     

    Descripción de la provincia de Ávalos

    La descripción de esta Provincia nos la da D. Matías de la Mota Padilla en el Cap. XIX de su obra citada, y nos dice que en su tiempo (en los años 1742):

    «Cuatro son las Alcaldías Mayores de la Provincia llamada de Ávalos: Tzapotlán, Sayula, Ameca, y Autlán; además de esta hay otra Provincia subalternada que es la de Etzatlán, que se conservó por de la Nueva España desde que entró en ella D. Francisco Cortés de San Buenaventura, por haber Juan de Escarcena, su encomendero, mantenido religiosos en Etzatlán desde antes que D. nuño entrase en dicho pueblo».

    Dice enseguida dicho autor que no puede precisar con exactitud los pueblos de cada Alcaldía Mayor, pero nos da en seguida una lista, empezando con: Axixic, de la Alcaldía de Sayula y linderos con Nueva Galicia (con un convento grande de muchos religiosos) y Chapala, con su inmensa laguna, a la que da nombre, (con muchos naranjos en el atrio y un baño de agua caliente) Sigue hablando de Cutzatlán (Sn. Juan Cosalá), Xocotepec, Tizapán Zacoalco (con sus lagunas), Amacueca, Atoyac, Teocuitatlán, Techaluta, Tapalpa, Atemajac y Sayula, el pueblo mayor de todos los de la Provincia de Ávalos, y como tal reside en él el Alcalde Mayor de esta jurisdicción, con un convento muy grande donde los franciscanos celebraban los capítulos de la Provincia.

    La Alcaldía de Zapotlán con los pueblos de Sn. Andrés, Sn. Sebastián, Tuxpan, Tamazula, Zapotiltic, Tuxcacuesco, Xiquilpan y Sn. Gabriel.

    La Alcaldía de Ameca con los pueblos de Sta. Ana Acatlán, Sn. Marcos, Atotonilco, Cocula, Sn. Martín, tecolotlán,Tenamaxtlán, Atengo, Ayutla, Ejutla, Xuchitlán y Ayotitlán.

    Autlán con Amilpán, Cuatlán y Zacapula; hasta aquí la Provincia de Ávalos.

    Luego seguían la de Etzatlán con los pueblos de Yahualulco, Oconagua, Amatitán, San Marcos.

    De la Provincia de Colima da el autor una lista de pueblos que ya parece que cambiaron de nombre.

    En cuanto al gobiernode estas Provincias también nos dice Mota Padilla que en su tiempo las tres Provincias, de Colima, la de Ávalos y la de Etzatlán, no dependían de la Nueva Galicia, sino dependían directamente de México, del Virrey y de la Audiencia de la Nueva España, a pesar de que mucho se había pedido que la anexaran al gobierno de Guadalajara, pues «además de distar poco de dicha ciudad y mucho de la de México, ser los indios de una misma naturaleza, ritos y costumbres que los de la Galicia y no haber otra diferencia que ser pacificados por diversos sujetos», sólo habían conseguido depender de Guadalajara en puestos de justicia, y no de gobierno». 

    Aquí debemos hacer notar que otros conquistadores no fueron como D. Nuño de Guzmán, hombre cruel y malo, sino que procedían en cuanto era posible con buenas maneras y con buenas intenciones, como veremos en seguida:

     

    Conquistas realizadas por D. Francisco Cortés de Sn. Buenaventura

    «Y como D. Francisco Cortes de Sn. Buenaventura, primer Alcalde de Colima tuviera noticia -dice Mota Padilla- de que adelante de las Provincias de Ávalos, hacia lo de Jalisco (pueblo grande que está cerca de lo que es ahora la ciudad de Tepic) había mucha gentilidad, salió con cien hombres hacia la población de Ameca, y como todas las tierras que mediaban eran de la Provincia de Ávalos, no tuvo que vencer más que su aspereza. Llegó a Ameca, que como vecinos de dichas Provincias, no resistieron dar la obediencia. Del mismo modo providenció dar una guiñeada para el norte, por pulsar el ánimo del cacique de un pueblo grande llamada Etzatlán, quien luego se subyugó, y se le dio la encomienda a Juan de Escarcena; y como el principal fin con que salió de Colima D. Francisco Cortés fuese el de descubrir las poblaciones de Xalisco, hubo de declinar otra vez para el poniente y costas del Mar del Sur; anduvieron aquellos pueblos de Mexpa, Zoatlán y Ahuacatlán, se le resistió Tetitlán, impidiendo el paso para Xalisco; después de vencida esta dificultad se divisaron las numerosas poblaciones de Xalisco y se le remitió embajada a la reina, que era viuda con un niño de hasta diez años, quien la recibió benévola manifestando deseos de conocer al verdadero Dios. El día siguiente pasó dicho capitán Cortés a visitar a dicha reina y a darle a entender el fin que le había llevado a aquella tierra, que era darle a conocer a ella y a los suyos nuestro verdadero Dios, y sacarlos de la ceguedad en que se hallaban; por un indizuelo de los que en México había creado el V.P. Fr. Pedro de Gante que se llamaba Juan Francisco y hacía el oficio de intérprete se le dio a entender; supo decirlo bien el indizuelo y fue oído por la reina y sus principales, con admiración y al parecer con buen ánimo.

    Tres días descansó ahí el ejército, y como le pareció a Cortés no ser tiempo oportuno para continuar hacia el norte, trató de declinar para la costa, y por toda ella volverse a Colima; cuya determinación sintió la reina y mucho más sintió Cortés no tener religiosos que dejar en Xalisco para la instrucción de aquellos naturales que tan dóciles se mostraban; la reina pidióle dejasen al indizuelo Juan Francisco, porque gustaba de oírle, y él se ofreció a quedar de buena gana con tal de que en breve volviesen españoles con religiosos, lo que ofreció hacer D. Juan Aznar a su costa, si se le encomendasen aquellos indios, y en vista de su oferta, ofreció D. Francisco Cortés solicitar de su tío Don Fernando Cortés aprobase la encomienda que él hizo, y en esta conformidad se le dio a entender a la reina que aquel caballero volvería con religiosos y compañeros, de que se alegró; y con recíprocos sentimientos de la reina y de sus principales, y del capitán y soldados, se pusieron en marcha.

    Continuó de allí hacia la costa, pasando por el valle de Banderas, donde se vio la especial protección de Dios; luego volvieron hacia el oriente por las costas de Colima, pasando por el pueblo de Tuito hallando de paz a todos sus habitantes, hasta volver por fin a Colima, su punto de partida.

     

    Conquista de la Nueva Galicia. Expedición de Nuño de Guzmán. Otros capitanes

    Hombre ambicioso, cruel, orgulloso, aunque de mucha habilidad y representación: Así era D. Pedro Beltrán Nuño de Guzmán, el conquistador y fundador del llamado REINO DE LA NUEVA GALICIA.

     

    El 22 de diciembre de 1529 partió de Tenochtitlán a conquistar el noroeste y el norte, donde esperaba descubrir fuentes de riqueza que superasen sin medida todo lo descubierto por D. Hernando. Su ejército se componía de varios excelentes y escogidos capitanes, unos cientos cincuenta jinetes, trescientos infantes, una docena de piezas de artillería y más de 7,000 indios. Se encaminó hacia el Oeste por Michoacán, que era territorio ya conquistado por Cortés, con el fin principal de apoderarse de oro y más indios. Logró sus dos objetivos valiéndose de medios reprobables, como la tortura y asesinato del inofensivo Calzonzin, rey de los tarascos.

    Luego siguió hacia el Norte y entró al reino de Coynán (La Barca) de Paz, al de Cuitzeo entró después de sangrienta guerra; pasó a Pontzitlán, donde se detuvo algún tiempo. De allí mandó una expedición militar al mando del Capitán Pedro Almández Chirinos que entró pro Zapotlanejo, Acatic, Tepatitlán, Jalostotitlán, Comanja, y hasta Zacatecas, dando luego la vuelta al Poniente hasta Etzatlán, donde se reunió con Nuño de Guzmán.

    Entre tanto éste entró primero al reino de Tonalá, donde fue recibido de paz por la reina, pero hubo una sublevación, que fue vencida con gran mortandad de indios, y se le sujetaron luego todos los pueblos tributarios: Tetlán, Zapotlán de los Tepehues, Cajititlán, Tlajomulco, Tlaquepaque, Atemajac y Huentitán.

    De Tonalá mandó D. Nuño de Guzmán al distinguido Capitán Cristóbal de Oñate para que, pasando por la barranca, descubriese los pueblos que están al Norte, y así teniendo solamente batalla con los indios de Ixcatán que defendieron valientemente el paso del río, pasaron después de vencerlos, y fueron recibidos de paz por los caciques de Ixtlahuacán, Teponahuasco, Contla, Manalisco, Ahuisculco, Yahualica, Mexticacán y Cuquío. Pasaron luego a Teocaltiche (el pueblo más grande entonces de toda la Nueva Galicia) y luego entró por lo que hoy es jurisdicción de Aguascalientes (por unos baños de agua caliente que hay allí); luego determinó Cristóbal la vuelta para el Poniente, a descubrir la población de Nochistlán, donde estaban fortificados los indios cazcanes en el cerro que llaman el Peñón; pero fueron atacados y vencidos, y viendo que era necesario una defensa permanente para defender aquellos lugares se fundó en una nueva meseta frente al Peñón, una población de españoles, que se llamó Villa del Espíritu Santo, (en 1531 por acuerdo de Nuño de Guzmán se le llamó Guadalajara, por ser éste originario de Guadalajara de España): fue esta la primera Villa de españoles que se fundó en Nueva Galicia, y puso a su hermano Juan de Oñate como encargado, al frente de algunos hombres, para que defendiera la situación y cultivaran la tierra.

    Pasó D. Cristóbal de Oñate a Juchipila, que tuvieron también que tomarla por las armas; Apozolco y Jalpa le recibieron de paz; de paz igualmente se le rindieron Tlaltenango, el Teúl, y Jeréz; y ya de ahí se dirigieron, pasando por San Pedro Analco, Xora, Atemanica y Xochitepec (hoy La Magdalena) a Etzatlán, donde habían acordado juntarse todos los ejércitos de D. Nuño.

    De Tonalá siguió adelante Nuño de Guzmán su camino por Cajititlán (límite con Chapala y provincia de Ávalos) Tlajomulco, Tesistán, Sn. Cristóbal de la Barranca, Amatitán, Tequila y Etzatlán, que era ya encomienda de Escarcena. Este lo recibió con honores como Presidente que era de la Real Audiencia. Duró más de dos meses Nuño en Etzatlán, hasta que, cansados los indios de mantener su grande ejército y sin recibir de él sino molestias y vejaciones, se escondieron y dejaron solas sus casas.

     

    Se nombra capital del reino y de la provincia franciscana.

    Salió entonces avergonzado Nuño y se dirigió con su ejército hacia Tepic y Xalisco, tierras donde ya había entrado hacía cuatro años D. Francisco Cortés, en 1527, pero que las abandonaban los indios cuando llegaba D. Nuño, por temor a sus extorsiones; éste los siguió y ellos se defendieron por lo cual tomó posesión de dichos pueblos y los anexó a sus conquistas, alegando que unos se le habían revelado y que todos no tenían encomenderos ni religiosos que los atendieran; entonces fundó en terrenos de Tepic la primera ciudad y capital del reino de Galicia, que se llamó Compostela, y después se mandó poner en ella la SEDE EPISCOPAL y la Real Audiencia. En el pueblo de Xalisco fundó Fr. Martín de Jesús un pequeño convento, pero que de él tomó el nombre primero la Provincia Franciscana de Santiago de Jalisco y más tarde también el actual Estado de Jalisco. Para atender al bien de sus almas fue nombrado Fr. Juan de Padilla doctrinero de Jalisco y su comarca.

    Por este tiempo, en 1531 fueron las apariciones de la Sma. Virgen de Guadalupe, de lo que se hablará después.

    De allí siguieron los conquistadores hacia la costa y por ella emprendieron su viaje hacia el Norte hasta llegar a un pueblo muy grande llamado Centizpac, de allí a Aztatlán y siguieron adelante hasta un punto donde desemboca el río grande y otros muchos ríos que, habiendo llovido torrencialmente ese año, y formado un inmenso pantano, detuvo al ejército más de un mes, causándole muchas muertes y enfermedades. Se repuso con nuevos auxilios que le llegaron de México y Guadalajara y continuó, llegando a Acapotena, Chiametla, Navito y Culiacán, donde fundó una Villa de españoles, dedicada a Sn. Miguel Arcángel.

    Dividió luego su ejército y lo mandó por tres rumbos de lo que es ahora el Estado de Sinaloa y hasta Sonora: Petatlán, Topia, Pánuco, Dato, Hostial y Capirato; entrando hasta el río Yaquimí y volviéndose luego.

     

    Cambio de la entonces villa y hoy ciudad de Guadalajara.

    En 1533 fue en persona D. Nuño de Guzmán a Nochistlán a ver la Villa de Guadalajara, y como no le gustó el lugar mandó se cambiara a otro más conveniente, encargado a su Teniente Juan de Oñate que lo buscara, pero por fin mandó que se cambiase al Valle de Tlacotán; (al otro lado de la barranca, como a una legua de Ixtlahuacán del Río); duró ahí sólo seis o siete años, para cambiarse luego al lugar actual donde conocemos a la bella Guadalajara, capital del estado de Jalisco, en el Valle de Atemajac.
     

    Caída y castigo de Guzmán. El segundo gobernador.

    Hasta su llegada a la región de Culiacán puede decirse que iba ascendiendo la estrella del conquistador Nuño de Guzmán, pero desde ahí empezó a descender tan rápidamente que a los pocos días se le vio ocultarse en la tumba, en la miseria, el olvido, y lo que es peor, en el recuerdo ingrato de sus malas acciones.

    Cuando llegó a Culiacán ya había recibido del Rey el reconocimiento de su conquista y se le había dado a lo conquistado el nombre de Nuevo Reino de Galicia y a él el título de Gobernador del mismo; pero ahí mismo empezaron a abandonarlo sus capitanes, se acumularon contra él las acusaciones, que le hicieron ir a México donde fue aprehendido y llevado a España y allá murió.

    Su Majestad el Rey, que había recibido muchas quejas contra Nuño de Guzmán, mandó desde España a que le tomara juicio de residencia (que informara, juzgara y castigara sus actos conforme fuera necesario) al Lic. D. Diego Pérez de la Torre, a quien dio también el cargo de Gobernador de la Galicia y Pánuco; encargándole con el mayor cuidado, en descargo de su conciencia, que atendiera a la vida moral, social y religiosa de los indios, prohibiéndoles los ídolos y su adoración bajo graves penas, los sacrificios humanos, los pleitos y borracheras; enseñarles a vestir con moralidad, hacer sus casas y pueblos, hacer respetar los matrimonios, respetar y guardar los días de fiesta, y temer y respetar la justicia y autoridad.

    El Gobernador Pérez de la Torre se radicó en Tetlán, un pueblo cerca de Tonalá y era muy estimado de los indios que le amaban y confiaban en él; pero el cacique de Xuchitepec, hoy Magdalena, llamado Guaxicar, por el año 1538, promovió con los indios de su región una sublevación, y habiendo ido a pacificarlos cayó del caballo el Gobernador y de resultas vino a morir a su casa y encargó del Gobierno a D. Cristóbal de Oñate.

     

    El tercer Gobernador. La expedición de Zíbola.

    Se nombró en seguida como Gobernador sustituto a D. Francisco Vázquez Coronado que gobernó a gusto de todos.

    Pero en 1540 se informó al Virrey D. Antonio de Mendoza que muy al norte había siete ciudades con casas de varios pisos, muy adornadas y una región que llamaban Tzíbola. Entonces comisionó al Gobernador Vázquez Coronado para que con un grande ejército fuera a conquistarla. Fueron pasando por lo que son ahora estados de Tepic, Sinaloa, Sonora y se internaron por lo que ahora es Estados Unidos entrando por Arizona, pasando a Nuevo México, en donde encontraron el pueblo de Cívola que sí tenía casas de altos, pero así nos lo describe Mota Padilla: «Llegaron a Tzíbola, que era un pueblo dividido en dos barrios, que estaban cercados de manera que hacían al pueblo redondo, y las casas unidas de tres altos, cuyas puertas caían a un grande patio o plaza, dejando en el muro una o dos puertas para entrar y salir; en medio de la plaza había una portañuela o escotillón por donde se bajaba a una subterránea sala, cuya techumbre era de grandes vigas de pino, y en el suelo un pequeño fogón, y las paredes encaladas; allí se estaban los indios días y noches jugando, y las mujeres les llevaban de comer, y ésta era la vida de los indios de los pueblos comarcanos».

    Se descorazonaron al ver aquello, pero se propusieron explorar la región; les dijeron luego que más al noreste había otro lugar fabulosamente rico llamado Quivira, y para llegar a él pasaron la parte más al norte de Tejas y entraron al estado de Kansas, allí encontraron dicho lugar, que era un campamento de indios Wichitas y habiendo explorado la región sin encontrar ninguna riqueza de las que buscaban, se volvieron hasta México, quedándose solamente los religiosos que no buscaban riquezas sino almas; y se propusieron no abandonar aquéllas.

    Salieron con la expedición seis Religiosos, de los cuales se sabe que volvió a México uno, Fr. Marcos de Niza, de otros dos no dice la historia su paradero y de los tres restantes sí dice que predicaron allá hasta que fueron martirizados por los indios, estos fueron Fr. Juan de Padilla (primer evangelizador de Chapala y primer mártir muerto por Cristo en lo que es hoy territorio norteamericano; murió en 1542) Fr. Juan de la Cruz y Fr. Luis de Ubeda; cuya sangre fue semilla y aliento de otros mártires que fueron después de ellos a predicar, hasta que Juan de Oñate conquistó Nuevo México y tuvo poco que hacer ya para la pacificación de aquellas comarcas.

     

    El levantamiento de los indios

    En el mismo año de 1540 en que se inició la expedición anterior, habiéndose quedado como gobernador interino el activo y previsor capitán D. Cristóbal de Oñate, viendo éste que el espíritu de insurrección se había despertado mucho entre los indios, de tal suerte que la situación de los españoles era muy peligrosa y delicada, pasó a los españoles que estaban en Tonalá a la Villa de Guadalajara, que estaba entonces en Tlacotlán, al otro lado de la Barranca, no lejos de Ixtlahuacán del Río; fue luego a la ciudad de Compostela, capital del reino, la cambió a lugar más seguro en un valle y tornó a Guadalajara donde recibió la notificación de que los indios habían matado a traición a Juan de Arce, encomendero de Huaynamota (por la región de Durango) y se habían alzado en insurrección.

    Al mismo tiempo y por el mismo rumbo de Hueyanamota los nahuales o hechiceros venidos aún de regiones lejanas celebraron una reunión de carácter religioso idolátrico en honor de Tecorali, el dios del peyote o hule (calabaza seca y hueca que usaban para transportar agua); «y mientras hacían una danza, en la que de una mano a otra mantenían un calabazo, el demonio valiéndose de la ocasión, con un huracán o remolino lo desapareció; y confuso lo atribuyeron a «misterio», que una bruja vieja les explicó a su modo diciendo «que si cogían las armas contra los españoles, así como el viento les quitó de la vista el calabazo, del mismo modo se llevaría a los españoles con gran polvareda». (Mota Padilla Cap. XXIII.)

    Terror y superstición fue esta que conmovió a todos los indios aún de la Nueva España, que se sublevaron, decididos a acabar con los españoles; su principal baluarte fue el cerro del Mixtón, que está frente a Apozol; Oñate mandó allá un grupo de 30 españoles y 300 indios, que el domingo de Ramos del año 1541 fueron sorprendidos por los indios y desbaratados, con lo que cobró más bríos la insurrección.

     

    D. Pedro de Alvarado

    Por entonces llegó al puerto de Navidad el famoso conquistador D. Pedro de Alvarado a quien los indios llamaban Tonatiuh (el hijo del sol), que por entonces mandaba una flota de barcos para el descubrimiento de nuevas tierras e islas, y habiéndole dado noticias de lo peligroso que estaba la situación, se vino y con su gente atacó el cerro del Mixtón, de donde bajaron los indios por millares como enjambre de avispas, tratando de rodearle y acabarle; los caballos no le fueron útiles por los pantanos, de manera que dio gracias a Dios que pudo escapar; pero en la retirada por un cerro empinado le cayó encima un caballo que le dejó en las puertas de la eternidad. Preguntándole uno de sus capitanes qué le dolía, a lo que él respondió: «el alma; llévenme a donde la cure con la resina de la penitencia», se confesó en el camino cerca de Atenguillo, a 4 leguas de Yahualica, y le trajeron a morir a Guadalajara.

    La muerte de Adelantado causó una inmensa conmoción, tanto entre los españoles, que mucho lo estimaban por su valor y esfuerzo, como también entre los indios que más se alentaron a la insurrección; los aztecas de la región de México dijeron que «era muerto el hijo del sol, y que si los toches y cazcanes (descendientes de su misma raza que por rústicos los habían dejado sus antepasados en los valles de Xuchipila, Teocaltiche y Nochistlán) habían muerto al que tenían por inmortal, ellos que habían sido valientes guerreros, quedaban mal si no consumían a los españoles; y más cuando ya por experiencia iba saliendo cierto el buen anuncio del calabazo». (Mota Padilla Cap. xxv).

    Aquí cuenta la historia un pasaje que nos pinta muy claramente la talla moral de aquellas gentes, lo transcribiré aquí, tomándolo del Cap. XXIII de Mota Padilla:

    «Cuando (desde Guadalajara, en el Valle de Tlacotán), escribía Oñate pidiendo socorro a los pocos castellanos que había dispersos en la Galicia, fueron llegando sucesivamente cartas de Culiacán, Compostela y Purificación, con noticias de estar toda la tierra alzada: aquí fue la mayor confusión, por considerarse aquella corta ciudad sin fuerzas para resistir y sin esperanzas de socorro; resolvíanse muchos a desamparar la ciudad y salir del Reino de la Galicia para el de la Nueva España: decían ser la tierra tan pobre, que no se conocía el oro ni la plata, que únicamente podía servir para cultivarse, pero que para ello necesitaban tener ganado y caballada, lo que era difícil conseguir por la multitud de indios que se lo comían, y aún sin comérselo lo mataban por sólo hacer daño.

    «Llegó a tanto el conflicto que ya los soldados a cara descubierta se negaban a obedecer a sus capitanes y admirable prudencia contenía a los que precipitados intentaban salirse de la ciudad; decíales que no era tiempo, por estar tan cercados de enemigos, y no sería bien muriesen infamados a manos de sus contrarios, y esto con más certidumbre que de mantenerse fortificados en la ciudad que habían jurado no desamparar.

    Afligido se hallaba Oñate, sin cuyo embargo, como era discreto, prudente, bien hablado y de grande resolución, les hizo cargo del empeño de sus honras, y les persuadió a que tolerasen, esperando de la Divina Majestad el remedio; que ¿qué se diría de tan bastarda cobardía, que tuviesen presente que no se ganaba la honra con emprender acciones si no se llevaban hasta el fin; que ya despachaba a la ligera a México a Diego Vázquez de Buendía, a pedir socorro; que entre tanto lo que convenía era reposar, pero con las armas en la mano; que él sería el primero que hiciese sus horas de centinela por las noches; que estuviesen entendidos que a su lado tenía capitanes y soldados de tanta honra, que aunque él quisiera desamparar la ciudad no se lo permitieran; y no dudaba que si examinara de uno en uno todos los de la ciudad sobre este punto, había de sacar en limpio no tener origen la propalada infamia que en confusas voces llegaba a sus oídos, de intentar desertar de la ciudad; y tan cierto estaba de su dictamen, que allí, en público, daba licencia para que cada uno expresase su sentir, «¿Qué decís, señores, será bien desamparar la ciudad, y conseguir las vidas por medio de vituperable fuga, o morir conservando el buen nombre que acredite nuestra constancia?». A una voz todos respondieron: que primero morir que desamparar la ciudad, si no fuese por fortificarse en lugar más a propósito, dentro del mismo Reino de Nueva Galicia, «con lo que Cristóbal de Oñate, dando a todos las gracias de su resolución, aquietó los ánimos, de suerte que de allí en adelante cada soldado era animado de los otros.» (Mota Padilla XXIII).

     

    El sitio de Guadalajara
    Alentados los indios con todo lo antes dicho, se propusieron sitiar a Guadalajara, para lo cual prepararon muy cuidadosamente su plan de ataque y defensa; convocaron a los caudillos de los demás estados, que acudieron con su gente en inmenso número, excepción hecha de los pueblos que por su mejor formación religiosa permanecían  fieles, como Tonal&a

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